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No soy politólogo, ni sociólogo, ni historiador, ni crítico literario, ni músico. Aunque les confieso que me gustaría ser algo de todo lo que mencione. Si puedo decir que soy escritor y quizás a través de mis palabras pueda de algún modo aproximarme a lo que no soy.

30 abr 2013

REVOLUCIÓN. Mayo de 1810

Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de la Plata. En sus calles, comercios y lugares de reunión la tradicional tranquilidad de la vida colonial ha dado paso a un clima social hiperactivo, nervioso, donde los debates y las reuniones secretas están a la orden del día.
Es el mes de Mayo. El año: 1810. Inminentes sucesos estan por establecer una bisagra entre el pasado, de raíz colonial y el futuro, de carácter nacional.
Sin embargo, es imposible comprender lo acontecido en mayo de 1810 sin saber que venía ocurriendo desde años anteriores, tanto en Buenos Aires y otras ciudades del Virreinato como en Europa. En este sentido se hace imprescindible estar atento a las variaciones en las reglas de juego de las relaciones internacionales, esto es, la modificación de las alianzas geopolíticas.
En 1805, en la batalla de Trafalgar, la alianza entre Francia y España sufre una trascendental derrota frente a Gran Bretaña. Los ingleses son ahora dueños de los océanos.
Consecuencias de dicho dominio, y del impulso expansionista mercantil provocado por la revolución industrial, son las invasiones inglesas a Buenos Aires en 1806 y 1807, ambas rechazadas por sus habitantes, mayoritariamente integrantes de las milicias urbanas, populares y patricias, que se han constituido ante la necesidad de la defensa de la ciudad.

Contar con el apoyo inglés para lograr la independencia, según los planes de Miranda, ha sido una posibilidad fuertemente considerada por un grupo de criollos cuando Gran Bretaña era enemiga de España.
Sin embargo, el accionar de las fuerzas invasoras en Buenos Aires provoca una cierta desilución en varios de los que habían pensado en Inglaterra como protectora en caso de producirse la independencia.
De todos modos, la presencia de los ingleses en la ciudad produce  contactos e intercambio de opiniones entre estos y algunos integrantes de la elite criolla;  y si bien algunos como Belgrano y Castelli, funcionarios en la burocracia colonial, se marcharon de la ciudad o renunciaron a sus cargos para no jurar lealtad al invasor, hubo otros que colaboraron activamente para que altos mandos británicos, prisioneros luego de la rendición ante las fuerzas al mando de Liniers, huyeran hacia Montevideo:

"El artículo "Las logias masónicas y los ingleses", reproducido en Todo es Historia, aporta algunos interesantes detalles: Rodríguez Peña era asiduo concurrente a la posada de los "Tres Reyes", contertulio de Burke y miembro de la logia "Hijos de Hiram" y, según consta en el proceso por "infidencia" seguido a Peña, después de la segunda derrota inglesa, se dio a conocer a Beresford por los signos cabalísticos de la masonería y las señas particulares de la logia rioplatense. Con la complicidad de Manuel Aniceto Padilla, escribiente del Consulado y comisionista de ventas por contrabando, también integrante de la logia, tenía al general inglés perfectamente informado de lo que acontecía. El comerciante norteamericano William [Guillermo Pío] White, preso en la Guardia del Salto por orden del Cabildo, que le seguía causa por sus servicios a los invasores, también logró ser amparado por la secta ideológico-mercantil y Ana Périchon consiguió de Liniers un salvoconducto para que pudiera trasladarse de un punto a otro de la zona en que estaban destinados los prisioneros británicos"
"Así, desde su confinamiento, Beresford se comunicaba con sus amigos de la ciudad, sus agentes en la Banda Oriental y sus informantes en las costas. Mediante la red de espías agentes y partidarios de la "libertad de comercio" supieron enseguida que llegaban refuerzos de Londres y del Cabo. Con las facilidades de desplazamiento de Peña y los demás prepararon al detalle la evasión de Beresford y Pack, entrando los ingenuos en la conjura mediante la promesa del general inglés de "trabajar ante su Corte por la independencia de estas provincias, a cambio de facilidades comerciales".

¿Pecaron con un exceso de ingenuidad aquellos criollos que, hipnotizados por la hábil y perversa lengua extranjera, colaboraron en la fuga de los prisioneros ingleses o se trató más bien de una de las primeras demostraciones locales de cipayismo?
Habría que agregar que el general Whitelocke embarcó luego a Saturnino Rodríguez Peña y su familia en el cúter Olimpic rumbo a Río de Janeiro, aparentemente con el objetivo de seguir a Inglaterra, pero finalmente permaneció en la capital portuguesa.

El panorama cambia drásticamente cuando, en 1808, Francia, por intermedio de Napoleón Bonaparte, invade España, toma prisioneros a sus monarcas e impone a su hno como nuevo rey de los españoles. Esto implicará que Inglaterra ya no pueda incitar o impulsar abiertamente la independencia de las colonias españolas cuando ha pasado a ser la principal socia de España en su lucha por expulsar al invasor francés.

Para avanzar en los análisis e intentos de comprensión de los procesos que desembocarán en la Revolución de Mayo se hace imprescindible que nos formemos la idea que la muy cambiante situación, tanto local como internacional, provocaba un torbellino de ideas y pasiones, donde la permanente mutación de posicionamientos políticos derivaba a su vez en que Buenos Aires fuera "un mar de intrigas que enfrentaba al partido español con Liniers -designado virrey interino por un Cabildo Abierto-, acusado de complicidad con Napoleón quien, a su vez, contaba con el respaldo de las milicias criollas y, en parte, por los hombres del "Partido de la Independencia" (debe tenerse cuidado en el uso de este término)" quienes, a su vez, intentaban un mejor posicionamiento luego de la rápida desilución que provocó en ellos el accionar y las intenciones de los británicos en sus invasiones a la capital virreinal.

Entre las Invasiones Inglesas y el intento de Alzaga y sus partidarios por constituir una Junta de gobierno que desplazara a Liniers, es decir, durante 1808, se produce un cambio en la estrategia de algunos destacados criollos que orientaran sus esfuerzos para convencer a la Princesa Carlota Joaquina de Borbón, hermana de Fernando VII, de que asuma la regencia del Virreinato del Rio de la Plata, en nombre de su pertenencia a la familia real española.
Los hnos Rodriguez Peña, uno en Rio de Janeiro y el otro en Buenos Aires, Belgrano y Castelli mantendran correspondencia con la potencial administradora de los dominios españoles en América.
¿Y estos eran los hombres que podrían ser considerados como parte del "Partido de la Independencia", es decir, impulsores de una emancipación política de la Corona Española y de cualquier otra nación?

Es muy probable que la idea de independencia, en estado puro, no haya existido hasta bien avanzado el proceso revolucionario de 1810, pero no habría que desmerecer del todo el pensamiento de ciertos criollos que, desde años antes, venían insinuando algún bosquejo de un posible modelo de país independiente.
Moreno, Belgrano o Castelli eran consciente de la gravitación mundial de Gran Bretaña y tenerla de aliada o protectora no resultaba del todo una mala política. Pero también, en reiteradas ocasiones, advirtieron de su desconfianza ante las asimetrías de poder entre el imperio britànico y las jóvenes naciones que podian nacer de la ruptura de los vínculos con España, y jamàs pensaron en pasar de un amo a otro.
Las tratativas con Carlota no apuntaban a coronarla como dueña absoluta sino a la instalación de una monarquía constitucional, variante repudiada por las familias reales de Europa, ya que su poder pasaba a ser limitado por nuevas instituciones gubernativas que procuraban la modernizaciòn de los Estados.
Pero ademàs, la situación de la hermana del rey cautivo español era peculiarmente compleja puesto que formaba parte también de la familia real portuguesa, la que había sido trasladada a sus dominios en Brasil bajo la nada desinteresada protección inglesa.
Finalmente, los criollos que se habían esperanzado con Carlota fueron denunciados por ella misma ante las autoridades de Buenos Aires.

Procesos y hechos concretos, de caràcter definitivamente revolucionarios, venían fermentando y aconteciendo en el Virreinato del Rio de la Plata desde varios años antes a 1810.
Las invasiones inglesas fueron un detonante decisivo en esa tendencia. En efecto, la bochornosa actuación del virrey Sobremonte frente al invasor, junto al prestigio obtenido por Santiago de Liniers en la recuperación y posterior defensa de la ciudad de Buenos Aires, derivaron en un hecho extraordinario para el devenir burocràtico y rutinario de la existencia colonial: el juzgamiento y posterior destitución de la autoridad virreinal por intermedio de un Cabildo abierto, el cuàl también decidiò designar a Liniers como el virrey interino, decisión en la que seguramente tuvo mucho que ver la presión ejercida por la oficialidad patricia, las milicias urbanas, en especial las criollas, y parte importante de los sectores populares que también participaron en el rechazo y expulsión de los ingleses.
Sin embargo, el nuevo virrey, por el hecho de ser de nacionalidad francesa, debió soportar una creciente sospecha y un tenaz hostigamiento del poderoso grupo de comerciantes monopolistas que aspiraba a constituir una Junta de gobierno, a semejanza de las que en la propia España se habían formado, a la espera de la restitución de la autoridad real de los Borbones, desaparecida tras la ocupación francesa.
Finalmente, la Junta Central de Sevilla, haciéndose eco de los temores que despertaba la nacionalidad de Liniers, decide enviar al Plata, como nuevo virrey, a Baltasar Hidalgo de Cisneros .

Cisneros tampoco la tuvo fácil. La situación de la Península continuaba agravándose mes a mes ante el imparable avance de las tropas napoleónicas.
Con dicho panorama externo era desaconsejable desactivar la existencia de las milicias, lo que a su vez derivaba en una fuerte presión sobre las finanzas públicas, con las que necesariamente debía mantenerse a las tropas urbanas.
Estas penurias fiscales, junto al hecho de que Gran Bretaña, que tenía el control de los mares y una sobreproducción de manufacturas, fuese aliada de España, determinaron un debilitamiento del monopolio mercantil español que por momentos culminó en la práctica autorizada del libre comercio, lo que fue una bocanada de aire fresco para las deterioradas finanzas locales, aunque, a largo plazo representó el aniquilamiento de las economías regionales y la prepotencia política de Buenos Aires sobre las futuras provincias argentinas.

En la región del Río de la Plata, a comienzos del siglo XIX, la creciente rivalidad entre españoles y criollos no sólo estaba enmarcada por los intereses económicos de los comerciantes monopolistas en pugna con los de los hacendados, labradores y los comerciantes que pretendían un libre comercio, en especial con los ingleses.
La rivalidad también tenía una dimensión político-cultural y se había potenciado a partir de la implementación en el Plata de las denominadas Reformas borbónicas, que si bien pretendían mejorar y modernizar las estructuras burocráticas de la administración colonial, también elevaban la condición de los peninsulares en detrimento de los americanos.

El virrey era muy consciente de esta rivalidad en el seno de la sociedad rioplatense y temía que la situación de la Corona potenciaran cada vez más los intentos de ruptura de los lazos entre la Metrópoli y sus colonias.
Por ello es que había creado una oficina u organismo encargado de descubrir los movimientos de "los interesados en la novedad", que no era otra que destituir al virrey y establecer un gobierno propio.
Otra de las estrategias de la autoridad virreinal para desinflar los proyectos rupturistas pasaba por la desinformación: las noticias sobre la situación de España no debían llegar y para eso se secuestraban los periódicos.
Pero alguno siempre lograba sortear la censura oficial. Y fue así que en mayo de 1810 se supo en Montevideo primero y en Buenos Aires después que la Junta Central de Sevilla había desaparecido y que ahora un Consejo de Regencia pretendía tener jurisdicción sobre los dominios americanos de un rey cautivo.

Semejante noticia no podía tener otro fin que acelerar los ímpetus de los grupos que venían anhelando y tanteando las maneras de encauzar un proceso político que culminase con la autoridad del virrey, hecho revolucionario en sí mismo, que debía habilitar la formación de un gobierno propio.

Los españoles de Buenos Aires, leales aún a una autoridad carente de legitimidad, intentaron alguna última maniobra para retener el poder, pero en el movimiento revolucionario que los criollos -en alianza con los españoles que supieron advertir el inicio de una nueva etapa- estaban gestando no sólo había miembros de una elite intelectual, comercial y militar.
Detrás de esos hombres hubo un fuerte apoyo popular, sin duda hartos de un sistema colonial en decadencia, en quienes comenzaba a percibirse un "espíritu democrático", donde las nuevas ideas que difundían tipos como Belgrano, Castelli o Moreno, de algún modo comenzaron a germinar, probablemente abonados por una cierta sensación de libertad y fraternidad, las que vivenciaban a diario en los ámbitos campestres y rurales que rodeaban la ciudad.
Ellos presionaron sobre el ánimo de los españoles reacios al cambio, mostrándose como la cara del pueblo cuando fue solicitada su presencia, aunque finalmente no debieron recurrir a una actuación más violenta, puesto que la oficialidad y el grueso de las milicias urbanas habían sido ganadas a la causa patriota.

Finalmente el Cabildo reaccionario debió aceptar su derrota y nombrar una Junta de gobierno donde es posible apreciar los distintos sectores que apoyaron el proyecto de constituirse como una nación independiente, aunque, por diversas cuestiones, se haya demorado en declararse la tan ansiada independencia.

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