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No soy politólogo, ni sociólogo, ni historiador, ni crítico literario, ni músico. Aunque les confieso que me gustaría ser algo de todo lo que mencione. Si puedo decir que soy escritor y quizás a través de mis palabras pueda de algún modo aproximarme a lo que no soy.

16 mar 2013

IGLESIA, ESTADO Y POLÍTICA

Con motivo de la elección del argentino Jorge Bergoglio como nuevo Papa de la Iglesia Católica, se está produciendo un complejo y delicado proceso que incluye, mayoritariamente, acusaciones cruzadas, con gran carga de fanatismo, ya sea político o religioso, para desprestigiar al oponente y, en menor medida, un intento de debate racional y respetuoso entre quienes apoyan fervientemente tal designación y entre los que tienen algún reparo para formular.
Dicho proceso de confrontación  puede llegar a tomar proporciones  y repercusiones realmente inimaginables, ya que su esencia más latente refieren a la política y la religión, dos dimensiones de gran sensibilidad para la mayoría de los argentinos.
Es por ello que procuraré avanzar con cierta precaución en la descripción y profundización de las cuestiones que refieren al debate planteado.

Que el nuevo Papa sea argentino ha conmocionado a nuestra sociedad, ya sea para bien o para mal. Para la gran mayoría de mis amistades y familiares ha sido una grata sorpresa, originando en ellos orgullo y una gran carga emotiva. Es que un alto porcentaje de los argentinos tiene una poderosa conexión espiritual con las enseñanzas y principios del cristianismo; conexión que, hay que decirlo, no siempre se ha manifestado con tanta intensidad como en la actualidad, lo que nos obliga a señalar que aquí se puede apreciar la tradicional hipocresía de muchos argentinos: se celebra, incluso con un cierto fanatismo, un nuevo líder de una Iglesia que hace rato que había sido abandonada.

Es nuestro anhelo que el fervor religioso que empezamos a experimentar sea una expresión sincera de una espiritualidad más comprometida no sólo con la autoridad papal sino con toda la institución eclesiástica.

La peculiar conexión espiritual del grueso de la población con el cristianismo provocan muchas veces que los creyentes, ante lo que consideran una agresión a la Iglesia, su doctrina y sus propias creencias, adopten reacciones defensivas plenas de fanatismo y violencia.
Algo muy parecido a lo que sucede con las ideologías políticas. Es que lo cierto es que a nadie le agrada que critiquen sus creencias y convicciones; aunque hay formas y formas de reaccionar.

El lector atento ya habrá notado que a la par de la dimensión religiosa vengo haciendo referencia a una dimensión política. Y el lector distraído se estará preguntando qué tiene que ver la política con la Iglesia. Y es que ambas, historicamente, estan relacionadas, ya que la Iglesia católica no sólo comprende un sistema de creencias sino que es un factor más dentro del esquema del poder terrenal. Su líder, el Papa en este caso, es el gobernante de una Ciudad-Estado y en su interacción con los líderes y pueblos del planeta no sólo comunica la palabra de Dios sino que también, aunque muchos se resistan a la idea, hace política.

Es sabido que la secularización de la sociedad le resto capacidad de influencia y que su poder ha venido en franco descenso. Aún así continúa ejerciendo una cuota de poder de relativa importancia y se hace imprescindible identificar sus objetivos y sus más profundos sentidos, lo que nos permitirá determinar su posicionamiento en el contexto mundial y sus posibles movimientos.

DE PAPISTAS Y OFICIALISTAS

Ni bien se supo que el nuevo Papa de la Iglesia Católica sería el argentino Jorge Bergoglio comenzaron a circular en internet diversas reacciones contrarias a esa elección que incluían desde graves acusaciones por supuestas vinculaciones y complicidades de Bergoglio con la dictadura militar que asume el poder el 24 de marzo de 1976, hasta dudas y desconfianzas hacia el futuro desempeño del Papa en su relación con los países de América Latina, considerando no sólo la decidida orientación ideológica de muchos países de la región, que le han permitido ciertos progresos y autonomía frente a la decadencia y subordinación que muchos Estados y gobiernos europeos vienen evidenciando en la presente etapa de una crisis capitalista que tiende a ser cada vez más grave y violenta, obligando a los gobernantes a aplicar sobre los pueblos terribles ajustes que son ordenados por Estados Unidos y un par de naciones europeas.
Los índices de desocupación y suicidio han alcanzado cifras estremecedoras en varios países de los que se consideraban parte del primer mundo. Mientras que aquí, en el Tercer Mundo, a pesar de tan grave crisis del sistema capitalista aún es posible hallar índices en crecimiento o relativamente estables.
Los trabajadores argentinos hacen huelga en reclamo de mejoras salariales. Muchos trabajadores europeos ni siquiera tienen ese derecho y con suerte estaran cobrando algún seguro de desempleo.

Que América Latina esté en mejores condiciones para enfrentar la presente crisis mundial del capitalismo no es por arte de magia sino producto de aprender de las lecciones de la historia, lo que derivó en la implementación de políticas económicas, sociales y culturales a contramano de las que siempre procuraron imponer las dictaduras y las democracias subordinadas al neoliberalismo.
Sin embargo, dichas políticas, esenciales en la configuración de un proyecto de país democrático, equitativo y solidario suelen ser criticadas y boicoteadas por políticos y sectores opositores que seguramente han visto perjudicado sus privilegios o los de sus representados.

Y aquí llegamos al punto en donde se puede advertir las razones que explican la desconfianza al nuevo Papa que evidencian los que, con menor o mayor intensidad, apoyan las políticas de los gobiernos kirchneristas.
La cúpula de la Iglesia en Argentina, con Jorge Bergoglio como figura más mediatica, ha sido, por diversas razones que no siempre han quedado claras, muy crítica de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. Tales críticas pueden llegar a ser comprendidas si se consideran ciertas cuestiones puntuales o formales en el diseño e implementación de las políticas gubernamentales, pero no se entienden si se contempla el sentido más profundo que originan su implementación. Daría la impresión que tales críticas estuvieran determinadas por una ideología contraria a la que caracterizaron a los gobiernos kirchneristas.
Y cómo si esto no fuese suficiente para crear una mala predisposición entre Iglesia y Gobierno...¡Bergoglio se reune -¿para predicar la palabra divina?- con políticos opositores y dirigentes de sectores productivos fuertemente enfrentados al gobierno nacional!... conciente del poder aglutinador que tiene la Iglesia, quizás con la esperanza de tener éxito allí donde Magnetto fracasó.
Todo ello provocó que la dirigencia de la Derecha, más los sectores monopólicos y superconcentrados, más los golpistas enjuiciados y los que estan expectantes de cualquier tropezón del gobierno, se sintieran regocijados de espíritu al contar con un poderoso aliado. Imaginen entonces el éxtasis que han de estar vivenciando ahora los opositores, sabiendo que su mejor gallo de pelea continúa vigente, sólo que ahora disfrazado de blanca y celestial paloma.
Ellos, Ustedes y Nosotros estaremos expectantes, a la espera de los movimientos y señales que vaya haciendo el ahora Papa Francisco.

Debe quedar claro que no renegamos de que el nuevo Papa sea argentino: nos llena de orgullo como compatriotas y de emoción como cristianos, pero queremos dejar asentadas nuestras reservas considerando los antecedentes de Bergoglio en su relación con el gobierno nacional de la última década y con los actores y sectores de la política y la producción que en su accionar opositor llegaron a crear un clima destituyente.
Pero así como establecemos una diferenciación de criterios políticos, en relación a los tiempos más recientes y sus consecuencias observadas, no compartimos las acusaciones que denuncian colaboracionismo o complicidad de Bergoglio con la última dictadura militar, no porque no sean lo suficientemente graves sino porque las pruebas en su contra no parecen ser contundentes y, por otro lado, al ser hechos que no vivimos con la intensidad necesaria para comprender la real dimensión del accionar y pensamiento de la época, perdemos la noción de cuales eran las posibilidades y limitaciones de los actores sociales.

A la luz del extraordinario clima festivo y espiritual que se observa en los católicos, es decir en la gran mayoría de la población de nuestro país, no parece conveniente que los sectores que simpatizan con el gobierno nacional salgan a atacar al Papa con acusaciones tan graves, ya que se hace evidente que sólo obtendran censura, reproches y un recrudecimiento de las hostilidades hacia la presidenta y su gobierno.