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No soy politólogo, ni sociólogo, ni historiador, ni crítico literario, ni músico. Aunque les confieso que me gustaría ser algo de todo lo que mencione. Si puedo decir que soy escritor y quizás a través de mis palabras pueda de algún modo aproximarme a lo que no soy.

24 oct 2010

LAS LANZAS MONTONERAS Y EL ODIO QUE SOBREVIVIÓ A JUAN MANUEL DE ROSAS, Eduardo Galeano, parte uno

Proteccionismo contra librecambio, el país contra el puerto: ésta fue la pugna que ardió en el trasfondo de las guerras civiles argentinas durante el siglo XIX. Buenos Aires, que en el siglo XVII no habia sido más que una gran aldea de cuatrocientas casas, se apoderó de la nación entera a partir de la Revolución de Mayo y la independencia. Era el puerto único, y por sus horcas caudinas debían pasar todos los productos que entraban y salían del país. Las deformaciones que la hegemonía porteña impuso a la nación se advierten claramente en nuestros días: la capital abarca, con sus suburbios, más de la tercera parte de la población argentina, y ejerce sobre las provincias diversas formas de proxenetismo. En aquella época, detentaban el monopolio de la renta aduanera, de los bancos y de la emisión de moneda, y prosperaba vertiginosamente a costa de las provincias interiores. La casi totalidad de los ingresos de Buenos Aires provenía de la aduana nacional, que el puerto usurpaba en provecho propio, y más de la mitad se destinaba a los gastos de guerra contra las provincias, que de este modo pagaban para ser aniquiladas. / Desde la Sala de Comercio de Buenos Aires, fundada en 1810, los ingleses tendían sus telescopios para vigilar el tránsito de los buques, y abastecían a los porteños con paños finos, flores artificiales, encajes, paraguas, botones y chocolates, mientras la inundación de los ponchos y los estribos de fabricación inglesa hacía estragos país adentro. Para medir la importancia que el mercado mundial atribuía por entonces a los cueros rioplatenses, es preciso trasladarse a una época en la que los plásticos y los revestimientos sintéticos no existian ni siquiera como sospecha en la cabeza de los químicos. (continúa)

LUNA SALVADORA

"¡Dale Gus, corré más rápido o nos atrapa!" El que me grita, desesperado, es Mara, mi primo, quien ya me ha sacado varios metros de ventaja en nuestra alocada carrera. Nunca lo había visto correr tan velozmente. Será por que jamás tuvimos que huir de un "familiar", ¡nombre simpático con el que los lugareños bautizaron a la mascota de Satán! ¿Quién podría considerar a ese perro enorme, espectral y asesino como parte de la familia?

Nos confiamos demasiado. Lo considerábamos extinguido, luego de que aquel paisano, encerrado por su propio patrón en los túneles del ingenio azucarero, le diera muerte. Pero ahora sabemos que el perro diabólico no es un mito: ¡es una realidad que cada vez está más cerca de devorarnos!

Jamás debimos entrar a molestar a las ancianas de la Salamanca. Era verdad lo que decían: las brujas sanaron las heridas del animal y le dieron refugio hasta que Lucifer se dignase a perdonarlo y volviera a necesitar de sus servicios.

Una luna gigante ilumina por completo el cañaveral. Solo tenemos una posibilidad: llegar hasta la pequeña capilla de los zafreros.
Pero dudo en poder lograrlo. El cansancio en mis piernas es abrumador. Puedo oler el azufre que el aliento infernal de la bestia disemina en el aire.
No quiero mirar atrás. Sé que está a punto de morderme los talones. Una plegaria sale de mi boca: "ángel guardian, si en verdad me proteges, hazte presente" Mara ha llegado finalmente a la capilla y parece estar por derribar la puerta con la fuerza de sus golpes. Pero nadie responde.

Es el fin. Caigo rendido junto a los pies de mi primo. Su rostro es fiel retrato del espanto. El monstruo canino de pronto lanza un aullido aterrador. Una luz intensa le quema el pelaje y huye. Es la luna la que se ha reflejado en la cruz metálica de la capilla, salvándonos la vida. //