EL BILLETE DE EVITA COMO "MERCANCIA". RESPONDIENDO A FEINMANN Hoy domingo 29.7 en Página 12 el académico argentino José Pablo Feinmann se propone hacer una parábola de Evita. Entonces, recurre a sus últimas palabras, confesionales, martirológicas, trasmitidas a su sacerdote católico, luego publicadas como "Mi Mensaje". Terribles palabras que queman como la verdad y como Su verdad, dictadas en el descarnado lecho al borde del abismo. Nos debería inundar ante su lectura: solamente la piedad, la verguenza y la furia. Feinmann se dedica en casi todo su artículo a transcribir párrafos sangrantes de "Mi Mensaje" que, aun siendo parciales, nos llenan de todos esos sentimientos. Pero se reserva el último párrafo para él, para destilar su corta filosofía, su disfrazada distancia de Evita, donde se respira su repugnancia filosófica hacia "lo sucio". Lo citaremos completo para evitar equívocos: "Sólo algo más -comienza diciendo Feinmann-: no sé si me agrada verla a Eva en un billete, sea del valor que sea. El dinero es la mercancía de las mercancías. La mercancía a la que todas remiten. Si no, se retornaría al trueque. La mercancía es el alma del capitalismo. Más allá del dinero –como mercancía absoluta que sostiene el sistema– sólo restan los metales preciosos. ¿Cómo no voy a acordar en sacarlo a Roca de un billete (que es el alma de la clase oligárquica que él consolidó) aunque sólo sea para no verle la cara? Pero la cara de Eva apreciaría verla en otros paisajes. No quiero –cualquiera de estos días– recibir un billete gastado por el uso, por el manoseo de una sociedad que se basa en la acumulación simbólica de esos papeles sucios, y adivinar, detrás, el rostro de Eva. Si ya está, ya está. Pero también está servido el chiste gorila, el chiste que reverdecerá el viejo odio que acompañó a Evita en su vida y a lo largo de la muerte: “Evita volvió y es millones en billetes de cien pesos”. Habrá que buscar que, si vuelve, sea otra cosa. Porque ésa no está a su altura. Será tal vez un honor para cualquier otro, pero una Evita cosificada en la mercancía esencial del sistema que ella abominó no servirá de mucho. Ni le hace honor. El honor que, sin duda, altamente merece esa militante que quemó su vida en el fuego de su propia militancia. Que, con su último suspiro, se preguntó: “¿Sabrán mis grasitas cuánto los amo?" Hasta aquí Feinmann. Recurriremos para responderle a "El Capital", de Carlos Marx, tal vez en uno de sus mejores textos, que ha proporcionado materia para bibliotecas enteras y que nuestro autoproclamado filósofo argentino no puede desconocer ("Carácter fetichista de la mercancía y su secreto"). Primero dice Marx allí, simplemente, que la mercancía, "Como valor de uso, nada tiene de misterioso". El dinero, como un billete de 100 pesos, es una mercancía abstracta, especial, que permite comprar mercancías para consumir (tomates, papas, carnes, entradas de cine), aquellas que tienen ese valor de uso, para satisfacer necesidades diversas del ser humano por sus distintas propiedades. Y en verdad, el valor de uso en todo el sistema capitalista de esa mercancía abstracta y especial que es el dinero, sufre el deterioro inflacionario, es decir, cada vez se pueden comprar menos "mercancías" por el mismo valor nominal del billete-dinero. Feinmann se queda allí, en el deterioro del billete por el paso del tiempo, algo que también padecieron ya nuestros distintos próceres cuyas esfinges han sido trasladadas a esos billetes, y no por ello perdieron su carácter de próceres (como San Martín, Belgrano, o Rosas). Pero por más que ese billete, por su valor de uso, se "ensucie" (como dice Feinmann) en el intercambio de mano en mano, sigue conservando algo misterioso. Y por más que la oligarquía espere ese preciado momento (alguna vez) de sacarlo de circulación. "El carácter místico de la mercancía no proviene, entonces, de su valor de uso", dice Marx, y es lo que oculta prolija y emocionalmente Feinmann. Y, si, además, la Argentina hace encarnar y fusionar por primera vez el carácter místico de una mercancía como el dinero con el carácter ya místico y mítico de Evita, ello no es poca cosa, no reduce la mística y lo mítico a la cosa que se consume. Esto debe analizarse con mucho cuidado. El carácter místico de la mercancía como dinero/billete es su carácter de "valor" (no de valor de uso): es decir, claramente, su capacidad de encarnar el esfuerzo del trabajo humano, de la producción de bienes y servicios, dándole una unidad de medida de cambio para toda la Nación (por más que esa medida se deteriore en los términos del intercambio con el tiempo inflacionario), y lo une nada menos que a la figura de su heroína popular más excelsa. "En consecuencia -dice Marx-, el valor no lleva escrito sobre la frente lo que es". Es decir, Evita no podrá jamás reducirse a un billete de 100 pesos, aunque su esfinge esté plasmada en ella, como reconocimiento (enhorabuena), o como circulación entre las manos de los argentinos. Su valor no está en su valor de uso. Esto es lo único que puede ver Feinmann en ese billete, como cualquier oligarca a quien el dinero, en sus manos, es fuente de poder pero al mismo tiempo "sucio", el valor de uso, no propiamente su misterioso "valor". Y tal vez sea todo lo contrario, ya parafraseando a Marx: con ese billete entre las manos tal vez los argentinos trataremos de descifrar el sentido de éste, en su casi santa esfinge, que circulará entre muchos que ni siquiera la conocieron, de penetrar en los secretos de la obra social a la cual Ella, esa mujer, contribuyó. Y darnos cuenta que esa obra social es el trabajo socialmente producido. Un valor, sin duda, ahora reconocido. A la oligarquía le quemará "durante un tiempo", pero le quemará, por más que se consuma, como fue siempre Evita, una eterna consumación, una Ave Fénix eterna; le quemará. Porque detrás de ella, en el billete y fuera del billete, estarán sus "grasitas", quienes lo producen con su esfuerzo y trabajo. http://www.facebook.com/victorgabriel.gullotta/posts/3861060323928