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No soy politólogo, ni sociólogo, ni historiador, ni crítico literario, ni músico. Aunque les confieso que me gustaría ser algo de todo lo que mencione. Si puedo decir que soy escritor y quizás a través de mis palabras pueda de algún modo aproximarme a lo que no soy.
30 jul 2010
HEROICA RESISTENCIA
¿Qué diablos estoy haciendo aquí? Parece que ha transcurrido una eternidad desde el momento que decidí ofrecerme como voluntario al ejército patrio, ¡pero en realidad han pasado solo algunos meses! Yo estaba ansioso por encaminar mi existencia por otros rumbos. Quería y necesitaba otorgarle a mi vida una alta dosis de acción y aventuras. Y unos amigos me convencieron que las encontraría incorporándome al ejército que el gobierno de Buenos Aires decidió enviar al Paraguay. ¿Qué me iba a quedar haciendo en la ciudad? ¿Discutiendo en el café de Marco sobre teorías políticas y filosóficas nacidas en latitudes distantes y a las cuales la juventud dorada de Bs. As. le profesaba toda su devoción? No. Todo muy lindo pero eso no era para mi. A las grandes naciones las construyen, además de los hombres de ideas, los hombres de acción, y estas son horas en que todo sacrificio es insuficiente, ¡pero igual hay que hacerlo!, porque estando de brazos cruzados la grandeza de la patria jamás se concretará. ¡Uy, ya estoy hablando como nuestro jefe! Es que su entusiasmo y valentía es tremendamente contagioso. Él bien podría estar ejerciendo su profesión, tranquilamente sentado en su estudio de abogado o dedicado a pleno a las vitales cuestiones políticas, propias de una nación que acaba de nacer y que ya intenta dar sus primesos pasos o codearse con lo mejor de la alta sociedad porteña, siendo codiciado por las mujeres más cultas y hermosas y envidiado por los hombres más poderosos. Sin embargo, los designios del destino lo han forzado a tomar las armas y vestirse de jefe militar. Su amigo Mariano Moreno, secretario de la Junta de gobierno, le ha solicitado que se ponga al frente de ese ejército que debe marchar al Paraguay. Su gobernador se resiste a reconocer a nuestro primer gobierno patrio y es menester propagar la revolución a todos los confines del territorio, llevando los ejércitos para aplastar la resistencia de los maturrangos y la de todos aquellos que aún les son fieles. / Luego de que nuestro ejército cruzara el Paraná, los paraguayos, astutamente, nos permitieron adéntrarnos en su territorio hasta Paraguary, pero la superioridad en número de sus fuerzas terminó devastando nuestras tropas. Con suma dificultad el General Belgrano y sus oficiales lograron reorganizar a los hombres y se decidió retroceder hasta las orillas del río Tacuarí. El General pretendía resistir allí, confiado en que pronto llegarían los refuerzos solicitados a Bs. As., pero la ayuda nunca llegó. Seguramente que los paraguayos jamás se imaginaron que les ofreceríamos resistencia luego del desastre sufrido en Paraguary, y más aún en ese momento, en que ellos, del otro lado del Tacuarí, contaban con un ejército de más de dos mil hombres y nosotros apenas habíamos podido reunir una fuerza de un poco más de cuatrocientos. Pero si los espartanos habían hecho historia con 300 valientes quizás nosotros también lo podíamos lograr. / Manuel Atanasio Cabañas, comandante de las fuerzas enemigas, decide finalmente atacarnos el 9 de marzo de 1811. Para ello ha dispuesto la división en dos de sus tropas. Una, de frente a nosotros, cruza el río con ayuda de un puente que ingeniosamente han construído para la ocasión. El grueso de su ejército nos ataca por uno de los costados, luego de evadir el río y abrir un sendero en la selva. Allí nuestros hombres son rodeados por la caballería paraguaya. El General Belgrano decide ir con un grupo de hombres a socorrerlos, dejando en la defensa del paso del rio al mayor Celestino Vidal. Sin embargo, un cañonazo del enemigo lo deja prácticamente ciego. Aun así Vidal continúo guerreando gracias a un niño que tocaba el tambor y que se convirtió, literalmente, en su lazarillo. Su nombre era Antonio Rios y aun me parece verlo y escucharlo tocar su tambor, mientras marchaba, animando a los soldados para que siguieran combatiendo. Pero de pronto dejamos de escucharlo. Había sido alcanzado por las balas del enemigo. Luego, finalizada ya la batalla, descubriríamos su cuerpito cubierto de barro y sangre. / ¡Y qué batalla! Bueno, en realidad fueron cuatro batallas dentro de una. Fueron siete horas de encarnizada pelea. Y en un momento dado llegué a pensar: ¿acaso ha perdido la razón nuestro General? Sucesivamente Cabañas le envía por medio de emisarios una petición de rendición y sucesivamente es rechazada por Belgrano. Su respuesta a los paraguayos es contundente: "No nos vamos a rendir facilmente. La razón está de nuestro lado. Venimos a ofrecerles que se unan a los pueblos libres y que envíen sus diputados al Congreso General que ha de reunirse en Buenos Aires. Pero ustedes han optado por ser fieles al soberano español y atacar a éste General y su ejército". Con semejante respuesta los paraguayos habrán pensado: "Éste General que parece tan santito terminó liberando un infierno en el campo de batalla". Y la lucha fue feroz, despiadada. Se peleaba con lo que se tenía a mano, cuerpo a cuerpo, cara a cara, ¡hasta los dientes servían para lastimar al enemigo! ¿Y cómo no llenarse de coraje, viéndolo a nuestro General, como un espectro, de aquí para allá, con su sable en alto, dando gritos de aliento y muerte a los cuatro vientos? La firme resistencia de Belgrano y sus hombres obligó a los paraguayos a detener su ataque. Rápidamente organizamos lo que quedaba de nuestra tropa en una lomada cercana y desde allí se le envió una misiva a Cabañas donde Belgrano le decía: "Las armas de Bs.As. han venido a auxiliar y no a conquistar al Paraguay....
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Pero puesto que rechazan con la fuerza a sus libertadores, he resuelto evacuar la provincia, repasando el Paraná con el ejército de mi mando". Los jefes enemigos consideraron que el nuestro les estaba pidiendo un armisticio y nos ordenaron que en el perentorio término de un día abandonáramos la provincia. / Así fue como, durante mucho tiempo, el saber que alguién luchó en Tacuary, bajo el mando de Manuel Belgrano, era considerado sinónimo de tener mucha suerte. Decían: "Fulano de tal peleó en Tacuary con ciegos y niños, y regresó con vida". //
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