¡ Cúan desastrozo habrá sido mi estado que lo primero que hicieron fue ofrecerme ropa y comida!
Cuando ya había recuperado algo de mis fuerzas me animé a preguntarles cómo sabían quién era yo en realidad y si sabían de mis propósitos. Siempre en voz baja y con unas pocas velas encendidas como toda iluminación, José, tal era su nombre, me respondió serenamente:-El gran maestro nos habló de ti. Nos advirtió que un sujeto con ropajes extranjeros vendría preguntando por nuestra revolución y que no debíamos temerle, porque ese hombre venía con una noble misión...pero...debo confesarle que, ante la evolución de los hechos, temo por la suerte de la revolución y por la vida del doctor Moreno.
Éstas últimas palabras las había pronunciado cargadas de una inocultable tristeza y desazón. Quize preguntarle algo más pero me indicó un viejo catre donde podría dormir por unas horas y culminó su breve exposición con una mezcla de plegaria y lamento:_Los traidores a los ideales de mayo se han adueñado del poder y van por más. Piden la cabeza del líder de los rebeldes. ¡Ojalá que su presencia pueda ser útil a la causa revolucionaria! Ahora necesita descansar. Necesitará de todas sus fuerzas.
Por unos instantes intenté procesar toda la información que estaba recibiendo, pero no pude elaborar ninguna conclusión: quedé rendido por el agotamiento. Mañana sería otro día en la convulsionada Buenos Aires de fines de 1810. [continúa]
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