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No soy politólogo, ni sociólogo, ni historiador, ni crítico literario, ni músico. Aunque les confieso que me gustaría ser algo de todo lo que mencione. Si puedo decir que soy escritor y quizás a través de mis palabras pueda de algún modo aproximarme a lo que no soy.
19 dic 2011
LADRONES DE ILUSIONES, un cuento navideño
Con tantos años de trayectoria como investigador privado jamás tuve un caso similar. Un sujeto, que decía representar a una fundación sin fines de lucro, me encomendó algo que en ese momento me pareció totalmente desquiciado: averiguar las razones por las cuales Papá Noel no estaba entregando sus regalos, en un pequeño pueblo, llamado Monte Bello, en la provincia de Tucumán. / Ahora que lo pienso con mayor calma, no sé si me impactó más la naturaleza de aquel pedido o la increíble coincidencia de tener familiares y amigos en ese pueblo tucumano. "Sr, no quiero parecerle descórtez, pero...¿está usted dentro de sus cabales? No creo que Santa se haya ausentado solo en ese pueblito. La crisis golpea a toda la...". El hombre no me dejó terminar el concepto: "Comprendo sus razonamientos y desconfianza, Sr. Ibarburu, pero en este caso en particular deberá apelar más a su corazón que a su cerebro", me dijo mientras extraía de su maletín unas carpetas que depositó en mi escritorio: "Aquí le dejo algunos datos sobre la actividad social y comercial del pueblo. Seguramente le serán de gran utilidad". Por unos instantes quedé descolocado. Cómo advirtiendo mis vacilaciones ante tan extraña y desconcertante situación, el hombre metió su mano en el bolsillo interior de su saco y extrajo una chequera: "Esto es un adelanto por el trabajo a realizar...y esto para sus gastos de traslado y estadía", dijo mientras terminaba de firmar los cheques: "Cualquier indicio que pueda proporcionarnos le aseguro que nos será sumamente útil...y será generosamente recompensado". En ese momento podría haberle hecho cientos de preguntas, pero cuando ví el monto de los cheques solo pude pensar que el hombre misterioso no exageraba con lo de ser generoso en sus pagos y cuando me pedía actuar más con el corazón: ¡con el corazón del bolsillo! / El sol de la tarde calcinaba a todo aquel que se animase a desafiarlo. Con Ricardo, mi asistente, permanecimos en el hotel durante varias horas y aprovechamos el tiempo para analizar la documentación suministrada. Pudimos constatar que algo no andaba bien. Las ventas en tiendas y jugueterías del pueblo se mantenían, en los últimos años, en un muy buen nivel. Entre ellas se destacaba una juguetería, que al aproximarse la fecha de los reyes magos duplicaba sus ventas con respecto a sus competidores. Aunque ello, tranquilamente, podía deberse a la aplicación de una agresiva estrategia comercial. Pero lo realmente llamativo era que, a pesar de no percibirse una desaceleración de las ventas, cada vez más chicos y adultos comenzaban a manifestar sentimientos de bronca y tristeza por no haber recibido ningún regalo de Papá Noel en las últimas navidades. Entonces, ¿Cómo podía explicarse los cientos de cartas de niños y niñas y los miles de llamados al 0-0800-SANTA, donde, en lugar de pedirles regalos a Papá Noel, se le recriminaba su ausencia, su olvido? Qué un adulto no crea en él es más que comprensible. Yo mismo he renegado de él, consciente que su existencia era la expresión más certera de como un sistema económico puede imponernos su filosofía consumista. Por ello fue que la pregunta de mi asistente me estremeció como si me hubiesen partido un ladrillo en la cabeza: "¿y si alguien está intentando perjudicar a Santa? / En la noche del 24 Ricardo y yo fuimos invitados a esperar la navidad en la casa de mis familiares . Varios de mis primos estaban con sus respectivas familias, así que se imaginaran el bullicio y la algarabía que reinaba esa noche en lo de mi tia. Debo confesar que desde mucho tiempo atrás dejé de adjudicarle tanta trascendencia a la Navidad. Esas jornadas prefería pasarlas solo, cenando en algún bar de mala muerte alejado de las zonas más pobladas. En verdad que llegué a detestar tanto festejo y descontrol, tanta pirotecnia y promiscuidad confluyendo en unas pocas horas, como si de ello dependiese la vida por venir. ¿Acaso no tenían en claro que hicieran lo que hicieran todo, pero absolutamente todo, seguiría igual? ¿que el mundo continuaría siendo el mismo nido de ratas que había sido siempre? Mi escepticismo navideño se esfumaría esa noche, en la casa de mis familiares tucumanos. / Pasadas las cuatro de la mañana solo Ricardo y yo permanecíamos en el salón, recostado cada uno en un sillón, junto al árbol de la Navidad. Él ya dormía profundamente. Cuando parecía que le seguiría los pasos sentí un susurro detrás mío: "Despierta Joaquín". Cuando abrí los ojos vi decenas de regalos debajo del árbol. Me incorporé como impulsado por un resorte. No terminaba de salir de mi asombro cuando escucho nuevamente la voz que me despertó, pero ahora era grave y decidida. Al darme vuelta me topé con una larga barba blanca que cubría una prominente barriga. Aquel hombre, vestido de rojo y de casi dos metros de altura, me dijo :"¡Debes ayudarme Joaquín!". No tuve reacción para decir palabra alguna. "En segundos veras entrar dos sujetos. Vienen a robar estos regalos para beneficio de unospocos y llanto de muchos
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"Sé lo que piensas de mí, pero te diré que a todos nos llega la hora de creer en lo que no vemos. La fé no está debajo de una piedra o detrás de un árbol. Son solo símbolos, metáforas. Yo mismo soy un símbolo de esperanza y fé. Debes buscarla en tu propio interior y en el de los buenos hombres. Pero para ser un buen hombre, ayuda mucho que a los niños nadie les robe sus ilusiones, sus fantasías y anhelos. Por último Joaquín, siempre tendrás derecho a la duda, pero no amargues tu corazón". Muchos me diran seguramente que todo aquello fue un sueño, pero les puedo asegurar que la trompada que recibí de uno de esos tipos fue muy real. Lo que los delincuentes no podían imaginar, al ver mi contextura física, era mi destreza para ciertas artes marciales. En un par de minutos pase a controlar la situación y con ayuda de Ricardo y de mis primos, despiertos por el alboroto de la pelea, pudimos dominarlos hasta el momento en que llegó la policía. Luego confesarían pertenecer a una organización delictiva que en los últimos años se había especializado en robar los regalos navideños para luego revenderlos en ocasión de los Reyes Magos. / Ricardo me observaba atento y en silencio. "¡Tu corazonada con respecto a Santa era cierta!", le dije aún conmocionado por lo sucedido. "Lo sé jefe, lo sé". //
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