En la introducción del libro "Juan Josė Castelli. De súbdito de la corona a líder revolucionario", de Fabio Wasserman, se lee: "(...), queda sin embargo una pregunta que una biografía debería poder dilucidar: ¿quién fue Castelli? Esta pregunta nos remite a un problema de difícil resolución en todo estudio que quiera ir más allá de la ubicación del personaje en un contexto social y político: cómo acceder a su intimidad. En este caso el problema se agudiza pues, a pesar de las numerosas valoraciones retrospectivas que se han hecho de Castelli, lo cierto es que casi no disponemos de documentos como memorias, biografías, cartas o relatos de familiares y allegados que nos permitan reconstruir su intimidad o al menos realizar conjeturas sobre cuáles eran sus percepciones, ideas y sentimientos. Esta falta se hace sentir sobre todo en lo que hace a su infancia y juventud, período del que sólo contamos con información escasa que nos permite ubicarlo en determinados escenarios, pero sin que podamos saber cómo se desenvolvió en ellos. También afecta a sus momentos de mayor exposición pública, en los que mantuvo una nutrida correspondencia. En relación con esto último hay una explicación posible, y es la pérdida de sus papeles tras la derrota de Guaqui. Décadas más tarde, el erudito boliviano Gabriel René Moreno pudo hacerse con parte de su archivo, pero estos y otros documentos sobre la historia de Bolivia que tenía guardados en un depósito de Santiago de Chile se perdieron a causa de un incendio producido en 1881".
Estas palabras de Wasserman me resultaron apropiadas para ensayar algunas reflexiones vinculadas a una de mis mayores inquietudes de los últimos tiempos: el conocimiento de nuestras historias de vida.
Pero dicho conocimiento no surgirá de la nada: es necesario dejar evidencias; testimonios de nuestra existencia.
Se podría llegar a pensar que la era de la información en la que vivimos está a años luz de los tiempos de Castelli, lo que permitiría que cualquiera de nosotros podría asegurar un saber histórico a todo aquel que se propusiera investigar nuestra vida. Tal creencia se basaría, sobre todo, en la fé ciega que hemos depositado en el poder de las imágenes: pensamos que un video de una fiesta familiar y las fotos de la biografía de Facebook son más que suficientes para dejar testimonio de nuestro paso por este mundo.
Sin embargo, las imágenes pueden dar cuenta, sobre todo, de la vestimenta o del peinado de moda, o de cómo nos ha tratado la vida. Pero nos diran poco y nada de nuestras ideas y sentimientos.
En tal sentido, la palabra aún conserva una supremacía que difícilmente pueda ser socavada, aunque muchos crean que son más piolas por escribir y hablar como se les antoje.
¡Qué no darían los biógrafos por tener una grabación de los majestuosos discursos de Castelli, "el orador de la revolución"!
Por lo visto ni siquiera se dispone de la mayoría de sus cartas o del relato de sus contemporáneos que nos "hable" de su pensamiento y de sus sensibilidades. ¡Y qué bien nos vendría saber mucho más sobre él!
Así también algún día alguien, o muchos, se sientan motivados a querer saber más de nuestra existencia. ¿Les vamos a proporcionar sólo imágenes para que intenten comprendernos?
Si anhelamos sobrevivir en la consideración de las próximas generaciones es necesario que le demos una mayor atención a la tarea de crear herramientas que permitan el nacimiento y desarrollo de una memoria histórica.