EL reciente fallecimiento del presidente de Venezuela, Hugo Chavez, me lleva a plasmar en este medio algunas reflexiones sobre diversas cuestiones, siempre vinculados al Poder y la Muerte.
En mi post anterior escribía sobre el Amor y el Odio, es decir, la bondad y la maldad, y su influencia en los procesos y hechos de nuestra Historia Politica.
Me ha quedado como marcado a fuego una anécdota que contó alguna vez el padre Carlos Mugica. Según narraba, él y sus compañeros del Seminario celebraron con entusiasmo el derrocamiento del "Tirano" Juan Domingo Perón, por la "Revolución (?) Libertadora (?!)", en el 55. "Fuí un Furioso Gorila" reconoció varias veces el sacerdote.
Sin embargo, para sorpresa de esos hombres que se preparaban para servir a la iglesia de Dios, la mayor instancia de Amor divino sobre la Tierra, pudieron advertir, ni bien producido el golpe de Estado que alejó a Perón del Poder, que los más humildes y marginados lloraban y penaban desconsoladamente la suerte corrida por su líder, y la de ellos mismos.
Aquello fue un click, un llamado de alerta, para que Mugica comprendiera que allí, en el llanto de los sectores humildes y trabajador, residía una formidable forma de Amor, la del pueblo a sus líderes democráticos y revolucionarios.
Años más tardes, Carlos Mugica sería uno de los hombres que vendría en el vuelo que traía a Perón de regreso al país.
En Venezuela, como en todo lugar y tiempo donde exista un líder popular muerto o exiliado, deben estar las masas de hombres y mujeres sufriendo esta gran pérdida que ha acontecido, sin poder comprender porqué les ha tocado semejante destino.
Y estarán también los que celebran, los que alzan copas paran brindar por los nuevos tiempos que suponen vendran, los que miran con profundo desprecio, por tv o sus altas ventanas, a esa muchedumbre que se amontona para despedir a otro líder populista que se va.
CONTINÚA
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