Hace ya unas cuatro o cinco horas que estoy conduciendo por esta ruta polvorienta. No sé muy bien que vamos hacer. Por ahora pudimos escapar gracias al hecho de que el falcon que nos seguía no tenía un motor preparado. Todo gracias a mi hermano y sus clases de mecánica, aunque, claro está, nunca tuvo el total consentimiento de nuestro padre para experimentar en su auto. Sin embargo, quizás por consentir a su hijo menor o quizás por evitar nuevos choques contra su creciente rebeldía, finalmente dejó que metiera mano en el auto de su vida. / Una densa niebla comienza a descender por las laderas de las cerranías. Intento aparentar que mantengo la calma, que pienso racionalmente: mi hermano me necesita más que nunca en este momento; pero resulta tan difícil abstraerse de las balas que pasaron tan cerca del auto en nuestra huída. A pesar de todo, y en un proceso psicológico que no llegó a comprender, trazo un vínculo existencial entre mis padres y el auto, como si fuese posible que mientras a éste no le pase nada ellos permaneceran a salvo. Y a medida que la niebla continúa devorándose todo a su paso, me voy sumergiendo en las oscuras profundidades de la memoria. De pronto escucho nitídamente la bocina del auto. Estoy en casa, junto a mi madre y mi hermano y es el día que papá compró el auto y pasó a buscarnos para dar una vuelta en él. Son tiempos en que mi viejo se desempeñaba como sindicalista, en el segundo gobierno peronista. Con mi hermano quedamos fascinados, ¡era enorme, y cuando arrancaba el motor parecía el rugir de un león! / Mi mamá no estaba tan entusiasmada. Dudó en subir al auto. Parecía desconfiar de todo lo que había en su interior. ¿Desconfiaria también de mi padre? Muchas veces tuve la impresión de que ella no era absolutamente feliz a su lado. Le reprochaba sus amistades, su forma de manejarse en la vida, el escaso tiempo que pasaba con nosotros, los gastos en que incurría. Estoy seguro que también le habrá cuestionado por la compra del auto: "¿que porqué tan grande, tan lujoso y tan negro? ¿A quien se lo compraste, como harás para pagarlo? Creo ver el decaímiento del ánimo de mi padre. En esas situaciones se asemejaba al boxeador que está contra las cuerdas, recibiendo toda la furia del contrincante, toda la descarga de trompadas. Pero estoy convencido que algo le hacía recuperar todas sus fuerzas, como si fuese la espinaca que consumía Popeye: eramos nosotros, el amor que sentía por su familia. Nos miró por el espejo retrovisor y vió lo feliz que estabamos. Giró su cabeza para observarnos mejor y pude adivinar en sus ojos una ternura infinita: "Cuando mamá y papá ya se hayan ido éste auto será de ustedes, ¿lo van a cuidar bien?" No entendí en ese instante que quizo decir mi padre con aquellas palabras: ¿a dónde se irían, nos dejarían solos?, pero aun así le dijimos que sí, que el auto seria nuestro por siempre. / A medida que uno va creciendo y se instruye en los libros y en las calles, advierte que la infancia tiene mucho de magia y que puede interpretar la vida contando con un poco de imaginación. Pero la existencia adolescente y juvenil te muestra su verdadero rostro, muchas veces cruel y frustrante. Entonces uno, por lo general inocentemente, como si aún fuesemos niños, pretende modificar esa realidad. Y así como se aprende a recibir los golpes, para intentar soportarlos, uno también aprende a golpear, a defenderse, a rebelarse. / La universidad potenció en mi hermano y en mi esa rebeldía y comenzamos a involucrarnos en las actividades que desarrollaba la izquierda peronista. Nuestros padres nos hablaron muchas veces, tratando de alejarnos de la militancia política. Especialmente el viejo, ya enfermo y retirado, pero conocedor de la coyuntura nacional, nos advertía que se avecinaban tiempos nefastos para el país. Es más que probable que no tomásemos muy enserio lo que nos decía, porque sabíamos que su pensamiento y su accionar siempre se había refugiado en la derecha del peronismo. Ahora me daba cuenta que la locura y la muerte no respetaban la condición humana y sin mayores esfuerzos podían vulnerar cualquier racionalidad política, fuera de izquierda o derecha. Quizás mi padre siempre procuró la permanencia del auto en la familia como una especie de símbolo, como una manera de mantenernos unidos más allá de cualquier diferencia ideológica o devenir histórico. / Un sacudón en el brazo me regresa a la realidad. Allí, a mi lado está mi hermano: "Creo que por el momento logramos librarnos de ellos", me dice mientras permanentemente mira el camino que va quedando atrás. Éste se torna cada vez más difícil de transitar. La niebla ya casi no permite apreciar el monte que se extiende en ambas orillas. "¿Los volveremos a ver algún día!", me pregunta, evidentemente angustiado. No respondo. Un grupo de tareas, seguramente tras nuestro rastro, se llevaron de casa a los viejos. Continuaran buscándonos quien sabe hasta cuando. Unos compañeros de la universidad han encontrado refugio en el monte. Dicen que desde allí daran pelea. A mi hermano a mi solo nos queda el auto de papá. Estamos contra las cuerdas, como tantas veces lo estuviera el viejo, solo que ahora es el propio Estado el que nos tira los golpes. No sé muy bien que vamos hacer pero no abandonaremos a los viejos. Vinimos hasta aquí en busca de ayuda. La niebla ya todo lo devora. Salimos del camino principal. Nos internamos en el monte. //